30 agosto 2007

Formas de perder el tiempo en exámenes (y 4)

Se acerca una nueva temporada de exámenes y como, a pesar de que no lo parezca, es verano, seguro que a todo el mundo se le ocurren estupendas formas de matar el tiempo: ir a la piscina, a la playa, a una terraza a ponerse de cañas hasta rebosar (ArrayIndexOutOfBoundsException iba a decir, pero he conseguido contenerme, y mira que esta mañana he intentado programar el microondas en Java). Cualquiera de ellas es un alternativa interesante y puede que hasta saludable en dosis adecuadas. Pero yo vengo con una alternativa más friki:

actualiza el ordenador

Si el último juego que pudiste ejecutar a una resolución mayor de 640x480 era del siglo pasado, si al aplicar un filtro de Photoshop puedes irte a tomar un café al bar de la esquina, si para compilar cuatro líneas de código necesitas una tarde, tal vez vaya siendo hora de renovar el PC. Y claro, alguien con un rinconcito geek en su alma no puede ir al Carrefour, pedir cuarto y mitad de Pentium y volverse con lo que le echen. Antes hay que realizar un concienzudo estudio de mercado analizando webs y foros para ponerse al día en el mundillo del hardware y enterarse de cuál es el procesador que más peta, la tarjeta gráfica con mejor relación rendimiento/precio, la placa base que permite más overclock... Esta fase puede durar semanas o incluso meses si uno se convence de que es que el mes que viene sacan la nueva gama de procesadores o de que todavía falta un poco para las gráficas DirectX 33 1/3 y, por supuesto, merece la pena esperar.

Pero supongamos que estás decidido a comprarlo todo ya, que te has fijado un presupuesto y elegido los mejores componentes. Ahora sólo falta encontrar una tienda en la que te vendan esas piezas recomendadas por una web australiana y los foristas de Cincinnati. Alguna tarde más visitando vendedores on-line o incluso, dios no lo quiera, preguntando por las tiendas de tu ciudad, y podrás realizar el pedido.

De acuerdo, ya tienes todas las partes en casa. Sí, las partes, porque no vas a dejar que el manazas de la tienda hurgue en el interior de tu torre. Con lo bien que huele el hardware nuevo. Dependiendo de la habilidad y experiencia de cada uno, el montaje puede llevar desde unos cuartos de hora a toda la tarde. Sin embargo, la cosa no acaba ahí. Cuando consigas que el trasto arranque, todavía te queda instalar el software, tarea especialmente penosa con Windows: instala el SO, los drivers de cada cosa, el antivirus, el cortafuegos, la red local... y ahora cada programa que quieras usar, sin olvidar la migración de los datos de tu antiguo disco duro al nuevo. Con ciertas distribuciones de Linux la cosa se puede simplificar bastante, como con Ubuntu: instalas el SO (en la mitad de tiempo que el WinXP, por cierto), configuras la conexión a Internet si no es DHCP y pones a Synaptic a bajar e instalar lo que eches en falta. Aunque, eso sí, mientras, ya tienes Firefox, Gaim (ahora Pidgin), GIMP u OpenOffice para ir tirando.

Ahora bien, no te has gastado una pasta para que el procesador de textos vaya más fluido: hay que comprobar que realmente tu adquisición parte la pana con todos esos juegos que has tenido que obviar hasta ayer por falta de potencia. Prueba, por ejemplo, con Oblivion, Half-Life 2, Far Cry o Call of Duty 2. Todos ellos tienen para semanas de vicio. Añade también otros géneros: un Colin McRae o un Need For Speed, un PES o un FIFA, un Virtua Tennis, un Runaway 2, un Supreme Commander. Las posibilidades de distracción son casi ilimitadas.

24 agosto 2007

Cómo acaban los sueños

No hay nada como dormir solo. Tener toda la habitación para uno mismo, poder dar vueltas por la cama libremente hasta encontrar la postura. Olvidarse de ruidos, de respiraciones pesadas, del otro que se levanta a mitad de noche al baño, de la alarma que suena media hora antes que la tuya. Nadie que te despierte porque roncas o porque se aburre y quiere hablar. Para descansar a gusto nada como dormir solo.

Y qué triste despertar.

06 agosto 2007

Sentimental

El primer día de carrera me sentía asustado y expectante por lo que se me venía encima. También me atenazaba la timidez con mi miedo al ridículo. Por lo general siento respeto hacia los profesores, como hacia cualquier otra persona antes de que me demuestre lo contrario. Durante el curso hay días en los que me siento abrumado por la carga de trabajo. Ante ciertos exámenes me siento nervioso, con un cosquilleo en el estómago; con otros, indiferente, o directamente pesimista. Sin embargo suele predominar la sensación de seguridad, de tener todo bajo control.

En los días malos, a pesar de mi ateísmo, no me siento muy católico. En cambio hay otros en los que me noto en armonía con el universo, optimista, alegre. Sí, a veces me deprimo. Otras me siento orgulloso de ciertos seres humanos. En ocasiones tengo unas jaquecas inexplicables, con una fuerte presión detrás de los ojos, y siento que la cabeza me va a estallar.

Mis amigos me transmiten confianza, tranquilidad. Hay chicas que me excitan, que me hacen sentir placer, que podrían causarme celos. O amor, claro. No suelo destilar odio hacia mis congéneres, aunque sí albergo resentimiento hacia alguno de ellos, que se suele quedar en desprecio. Sólo los más capacitados son capaces de enfadarme, no por mucho rato. Apenas recuerdo lo que eran la ira y la furia.

Me encanta sentir la arena de la orilla bajo mis pies, el sol acariciando la piel, la sensación de paz al mecerme con las olas entre el cielo y la mar. Disfruto de la melancolía de una tarde de lluvia. En algún momento he sentido la angustia del vacío interior. Me siento frustrado cuando se me ocurre la réplica brillante cinco segundos después.

Pero nunca, nunca, me he sentido español.

Nota: este artículo se publica simultáneamente en La Callecita.