25 diciembre 2007

Carrefour les desea feliz Navidad

Desde el advenimiento de la Democracia los vecinos de Hortaleza vienen realizando su propia Cabalgata de Reyes. Se reúnen distintas asociaciones, deciden el tema de cada carroza, la diseñan, presentan un presupuesto a la Junta de Distrito, reciben el dinero y ponen en marcha el plan. Por fin, la noche del cinco de enero se disfrazan y recorren todo el distrito repartiendo caramelos e ilusión. No es la cabalgata más espectacular, pero es una actividad bonita en la que se implican gentes de todo el barrio, de forma altruista, para disfrute de los más pequeños. Este año no.

La nueva concejal de Hortaleza, Elena Sánchez Gallar, hasta las elecciones de mayo responsable de Ciudad Lineal, ha decidido como su primera acción en el cargo privatizar el evento en base a dos argumentos: la seguridad y la excelencia. El primero es absurdo y apenas se mantiene en pie, pues en veinte años nadie recuerda incidente alguno digno de mencionarse ni durante la cabalgata ni durante su preparación; y en todo caso siempre se puede buscar alguna fórmula para mejorar la seguridad dentro del sistema tradicional. El segundo resulta un insulto a la gente que ha trabajado en las carrozas a lo largo de todo este tiempo, diciéndoles que sus creaciones son una basura, por más que confesó no haber acudido nunca a la celebración. Os merecéis algo mejor, os guste o no (hacia el minuto 8:30).

La organización se ha abierto a concurso público. Curiosamente, sólo se ha presentado una empresa, Yeiyeba SL, que se ha llevado el encargo y 70.000 euros. Más de lo que han dado jamás como subvenciones a los vecinos, claro, así ya podrán montarse una cabalgata mejor. Sin embargo, no es sólo dinero que va a mayor lucro de dicha empresa, es también dinero que deja de circular por el barrio. Hasta ahora las asociaciones construían sus carrozas comprando listones al carpintero de la esquina, papeles a la papelería de enfrente, pinturas en aquel taller... todos estos pequeños comercios dejan de benerficiarse con la actividad.

Por supuesto, más allá del interés económico, está la implicación de la gente que se reúne y trabaja para un proyecto común, estrechando lazos entre vecinos. Cientos de personas que colaboraban a lo largo de un mes y conseguían sacar adelante un tinglado de estas proporciones. Es preferible que el tipo de ahí al lado siga siendo un extraño. Y los niños, ¿es que nadie va a pensar en los niños? A todos esos chavales que elegían el tema de la carroza, que se pasaban diciembre haciendo manualidades, que se construían un disfraz, ¿qué les queda? Todavía les dejan subirse a las carrozas (patrocinadas) a lanzar caramelos, pero la ilusión no es la misma.

Para rematar, el tradicional recorrido por todos los barrios del ditrito es sustituido por el "del distrito en expansión, adonde llega el metro y el autobús", según la concejal. Es decir, en torno a la zona bonita, la del centro comercial en el acabará (esta vez, por cierto, sin los fuegos artificiales de toda la vida), y obviando esos guetos de la UVA, Santa María, San Lorenzo. No nos vayan a estropear la foto.

Todo esto ha llevado a que las asociaciones que hasta ahora se encargaban de la cabalgata se movilicen en contra de esta privatización. Enviaron una carta a la ínclita y ya se han hecho eco del asunto varios medios de comunicación. Ahora andan recogiendo firmas para presentar ante la Junta de Distrito, aunque sin muchas esperanzas en poder cambiar algo. El debate interno se divide entre los que quieren seguir participando en lo poco que todavía les dejan y los que se niegan rotundamente a entrar en el juego y proponen acciones de boicot. Yo, desde luego, me alinearía con esta senda kamikaze: haría propaganda en el barrio para disuadir a los vecinos de acercarse al desfile; aseguraría a la organización que acudiríamos a subirnos en las carrozas y luego les dejaría plantados o sacaría pancartas de protesta desde las alturas o lanzaría pasquines junto a los caramelos; o me plantaría en medio del recorrido para hacer visible la protesta. Tratar, en fin, de conservar algo de dignidad.

Leyendo el título alguien podría haber pensado que iba a empezar a despotricar contra estas felices fiestas por el cariz consumista que han ido adquiriendo. Nada más lejos de mi intención. Como dice el imprescindible Rafael Reig, lo bueno de estas fechas no es aproximarnos a Dios, sino que "está en las comilonas y las borracherías bien acompañado" y en el recuerdo de las alegrías infantiles, añado. Vacaciones, gente nueva en casa, dulces, regalos, películas de dibujos, banquetes pantagruélicos y algún sorbito de champán. Pero, más allá de todas las cosas materiales, se percibía también un ambiente más relajado, alegre, cercano. Los problemas de todo el año quedaban en un segundo plano en pos de la concordia familiar, de una atmósfera de inocencia para los niños.

Eso es lo que han arrebatado a los vecinos de Hortaleza, la posibilidad de unirse al psicópata del piso de arriba que arrastra muebles los domingos por la mañana y a la desalmada que fríe sardinas en el balcón cuando terminas de tender la ropa y al cerdo que deja la basura chorreante en mitad del descansillo y al desgraciado que no centra su coche en la plaza de aparcamiento obligándote a hacer el doble de las maniobras necesarias. Unirse todos, olvidando los roces del día a día, para sacar adelante un proyecto cargado de ilusión que haga felices a los más pequeños y, aunque sea un espejismo de apenas unos días, también a los mayores.

14 diciembre 2007

Iniciación a la lectura

Hace unos años, cuando ya tenía un libro entre mis manos –un antiguo libro de tapas duras- cuando ya había llegado al nudo, a la parte interesante, tuve que dejarlo temporalmente para centrar mi atención en un encargo del colegio, una novela moderna que nos había mandado leer la profesora de lengua.

En el momento en que volví al primero, al libro antiguo de tapas duras encuadernado en cuero, éste me reprendió con acritud:

- Mira, ya me parece mal que te pases el día mirando con deseo cada clásico que se te cruza, que ojees los libros de otros, y soporto que coquetees continuamente con periódicos y revistas, pero que en mitad de nuestra relación te vayas con otra novela es algo inadmisible.

- No es lo que parece. No es lo que estás pensando.

- Claro, y yo soy tonta. ¡Que no fui impresa ayer!

- Es evidente que he estado con otro libro, pero entiéndelo, yo no quería, me obligaron. Yo estoy mucho más a gusto contigo que estás hecha al hombre, a sus gustos y a sus manías. La otra novela, en cambio, acababa de salir de la librería...

- Así que –cortó el libro antiguo de tapas duras encuadernado en cuero con el título en letras doradas- encima te vas con una más joven que yo.

- No. Bueno, sí. No exactamente. ¿Qué importa la época? Aunque si te consuela, tú eres mejor, disfruto mucho más con tu lectura.

- No, no me consuela. Y no soporto que me hayas sido infiel. Creo que lo mejor será dejarlo por un tiempo.

Era una novela de carácter, desde luego. Sin embargo, yo no estaba dispuesto a prorrogar nuestra relación por más tiempo, así que aquella misma tarde terminé con ella.

Durante la semana siguiente estuve demasiado atareado con los estudios como para leer. Al final cayó en mis manos un libro que había leído no hacía tanto, algo pedante, pero que me había gustado mucho:

- Últimamente te veo un tanto alicaído. Si quieres te puedo presentar una novela, vieja amiga mía, compañera de estante en la librería. Es muy simpática e hilarante. Creo que te subirá el ánimo.

Al día siguiente me encontraba con una edición reciente de una disparatada comedia de Mendoza. El libro estaba a estrenar, inmaculado y, claro, como todos los libros nuevos, se encontraba demasiado rígido y le costaba mantenerse abierto por la página. Es más fácil manejar libros que ya se han leído unas cuantas veces. La ventaja de los libros de biblioteca: están algo manoseados y precisamente eso facilita las cosas. Por no mencionar lo maravilloso de poder elegir entre un extenso catálogo sin compromisos, no como cuando compras un libro y te sientes obligado a leerlo entero aunque no te esté gustando.

- Tengo que confesarte que es mi primera vez- dijo una vocecita aguda.

- ¿Qué?- pregunté algo desconcertado.

- Que nunca antes había sido leída. Siquiera hojeada, como casi todas mis compañeras.

- Oh, no te preocupes, no es la primera vez que estoy en una situación parecida. Intenta relajarte, que todo irá bien.

- No sé si estaré a la altura.

- Por ahora vas muy bien: tienes un planteamiento original, algo surrealista, y me estoy divirtiendo mucho. Pero intenta dejar de temblar, que me cuesta leer así.

No deja de tener cierto punto saber que nadie ha tocado ese libro antes.

En ocasiones recaigo en novelas que ya he leído. Un encuentro casual, salta el recuerdo de los buenos tiempos compartidos, y me empiezo a preguntar si será como aquella vez, si sentiré lo mismo que hace cinco años, si realmente sería una experiencia tan maravillosa o ahora, más curtido, con más mundo, más vivencias, se convertiría en una lectura del montón. Alguna vez ha pasado. Con otras, en cambio, la comprobación ha supuesto una mejora: los detalles buenos que recordaba seguían allí y además descubrí algunos nuevos, incluso mejores, por los que anteriormente había pasado sin fijarme o sin ser capaz de verlos.

En cualquier caso, no sé cómo lo hago, pero no me duran nada los libros. Aunque puedo pasar algunos días sin literatura, en seguida me gana el mono y acabo leyendo lo primero que encuentro en la estantería. Un par de tardes, alguna noche si la cosa se pone muy interesante, y adiós. Durante el curso todavía aguanto algunas semanas, incluso meses, con el mismo; supongo que porque apenas nos vemos. Pero es que durante las vacaciones, en especial en el verano, se convierte en un desfile de títulos, sin apenas descompresión entre uno y otro. Todo el día en la playa tirados, sin más compañía que el sol y el murmullo del mar, sin más pertrechos que una toalla y un bote de protector solar, ensayando nuevas posturas con las que evitar que se duerman las extremidades, tan solo interrumpido por algún chapuzón cuando me acaloro demasiado. En esas condiciones extremas puedo llegar a leer cuatro o cinco novelas a la semana.

Ahora mismo, sin embargo, sin saber muy bien cómo ni por qué, me hayo en un laberinto de lecturas cruzadas del que no sé si seré capaz de salir con buen pie: a principios de curso comencé Octubre, octubre, tras cuatro capítulos empecé El jarama, pero ese mismo día fui a la Fnac y me compré A Long Way Down y The Picture of Dorian Gray. El primero sucumbió de inmediato, el segundo fue abandonado con sólo unas pocas páginas leídas al reencontrarme con High Fidelity en la estantería de un amigo. Para rematar la faena, por mi santo me regalaron Un día de cólera, con el que estuve dos noches, y Tu rostro mañana 3. Verano y sombra y adiós, que no he llegado a abrir, pues la semana pasada tuve un flechazo con una edición de bolsillo de In the Country of Last Things. Cuando acabe con Paul Auster, ¿cuál debería retomar?