18 enero 2010

El karma

El otro día, hablando con unos amigos, alguien comentó una desgracia que le había ocurrido a un conocido común. Un segundo apostilló: "Eso es el karma". Como un tercero preguntara qué cosa era eso del karma (¿pero es que esta gente ni siquiera a visto My name is Earl?), el segundo se apresuró a contestar "que cuando haces cosas malas te pasan cosas malas". A todo el mundo le debió parecer una buena definición, porque nadie dijo nada, así que me vi obligado a intervenir para explicar que también "si haces cosas buenas, te pasan cosas buenas".

Dejando a un lado el que haya reencarnación de por medio o no -en la visión occidental no suele haberla-, me di cuenta por primera vez (lento que es uno) de que el karma es una versión del sistema de castigo/recompensa similar a la cristiana infierno/cielo. En este caso, con el infierno en la tierra. También me percaté de que la gente sólo se queda con la parte coercitiva, con el no te portes mal porque serás castigado.

Creo que es una idea representativa de la sociedad en la que vivimos, o tal vez de cómo es el hombre: parecemos necesitar una razón, a ser posible una fuerza externa que nos juzgue y castigue, para no dar por saco al prójimo. Es decir, que muchos irían haciendo mal a los demás si no temieran que tuviera alguna repercusión negativa sobre ellos mismos. Lo importante son las consecuencias de mis actos, pero, eso sí, las consecuencias sobre mí. Incluso me atrevería a aventurar que el otro lado de la moneda es posible, actuar bien únicamente esperando ser recompensado de alguna manera.

Lejos queda el hacer las cosas bien simplemente porque sea lo correcto, porque es lo que dicta tu conciencia, porque eres de ética kantiana y quieres que de tus actos se desprendan máximas universales. Buscamos unos latigazos o una zanahoria que nos lleven por el buen camino. Y si ya no creemos en el cielo ni en el infierno, por qué no traerlos a la vida diaria gracias al karma.

02 enero 2010

Seguridad aeroportuaria

Pasando el control de seguridad del aeropuerto para la vuelta a París, una vez vaciados los bolsillos y pasado el arco detector sin que pitase (y eso que se me había olvidado quitarme el cinturón), me para el responsable poniéndome la mano delante, tocando el pecho, no obstruyendo el paso, y me dice "a ver qué llevas ahí", señalando mi tobillo. Es un vaquero normal y corriente, que como me está un poco largo hace algo de bolsa cerca del zapato. Y en vez de palpar, el hombre se pone a subirme el pantalón. Puesto que me lo estoy pisando (ya he dicho que me está largo), no lo logra y tira más fuerte. Con el propio forcejeo se da cuenta de que no oculto nada y me deja pasar.

A ver qué llevas ahí. No "disculpe, caballero, me permite comprobar...", ni "perdone, voy a tener que...". A ver qué llevas ahí. Tuteando. Sin una disculpa. Acusando directamente. A ver qué llevas ahí.

Tampoco es tan grave, diréis. Seguramente. Sólo es otra constatación de que el loco mundo de la seguridad aeroportuaria está hecho básicamente para dar por saco al viajero. Una estrategia, a mi juicio, suicida. Lejos quedan los días en que el viajero de avión podía deambular tranquilamente por el aeropuerto, era agasajado a bordo y tratado con una amabilidad rayando lo incómodo. Ahora te restringen lo que puedes subir, te quitan cosas del equipaje arbitrariamente, te tratan como un delicuente en potencia y te sientan más apretado que en un autobús escolar.

En algún momento, se darán cuenta de que la mejor manera de asegurarse la seguridad a bordo es, directamente, no permitir la entrada en la nave de equipaje alguno ni pasajeros. Por si acaso alguien de Al Qaeda se infiltrase en la tripulación, ésta será reemplazada completamente por máquinas. Así los aviones podrán ir de un sitio a otro sin poner en riesgo la vida de nadie y con una puntualidad inglesa. Como transporte ya usaremos los trenes.